Como sacaborrachos hizo enemistades, pero también amistades…

Las peleas y las broncas nunca ate­morizaron a Javier, que como era bien sabido le encantaba medirse a golpes con cualquiera (sobre todo si era en un cuadrilátero). Así fue como siendo “jefe de pista” o séase saca borrachos de un cabaret llamado El Otro Mundo, se vio envuelto en un sinnúmero de pleitos y no pocas amenazas, fue en ese antro donde de una manera por demás curiosa cono­ció al boxeador profesional Memo Diez, quien estaba bien cimentado entre los pesos moscas mundiales.

A Javier le gustaba ser exigente en su trabajo por eso siempre cuidaba que todo estuviera en orden y que la clientela tuviese un buen compor­tamiento, tarea harto difícil en ese tipo de negocios por el consumo de alcohol. Memo Diez frecuentaba ese antro en compañía de una palomilla muy bravera que frecuentemente creaba muchos problemas en la calle de Dr. Balmis.

Al respecto Javier recordaba esos tiempos: “Una noche, de plano tuve que sacarlos porque ya no era posi­ble seguir aguantando sus imperti­nencias y su prepotencia con los demás clientes y chavas que trabaja­ban ahí.” Al poco rato de haberlos sacado a todos, entró un policía que era su cuate para avisarle que Memo y sus cuates lo estaban esperando afuera del cabaret para darle una “cálida” recepción. Por el momento Javier no dijo nada y siguió con su labor. A la hora de cerrar —como a las cinco de la mañana— varios meseros estaban enterados de lo que le esperaba a Javier y le dijeron que le harían un “paro”. Javier se negó, pero ellos insistían en ayudarlo. Mientras esta­ban discutiendo eso, alguien entró al antro para avisarle que una pandilla antagónica a la de Memo, les esta­ban dando duro y tupido a los susodichos; ya varios yacían en el suelo con la cara ensangrentada. Sin pensarlo, Gabriel salió para ver qué sucedía y en eso vio que Memo se estaba peleando con tres tipos, que lo golpeaban sin misericordia. ¡Montoneros! les gritó fuertemente, al tiempo que se lanzaba arremetien­do a golpes a los enemigos. La bron­ca no duró más, pues con la ayuda de los meseros que finalmente se salieron con la suya, derrotaron fácilmente a los contrincantes de Memo y palomilla. A partir de ese día, surgió una gran amistad entre ellos.

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